EL DERECHO A QUERERSE
Quiero pedirte,
desde lo más profundo del grito
de mis versos,
lo único que este poema me permite:
quiérete,
quiérete mucho,
quiérete tanto que hasta tú misma
te llames pesada y empalagosa.
Mírate a un espejo
y que sea el espejo el que se sonroje.
Bésate a ti misma
como nunca has besado a nadie.
Quiérete sin peros,
porque eres la persona más importante de tu vida.
Quiérete como querrías que te quisieran,
quiérete desnuda, sin tallas que contar;
quiérete libre, por encima de todas las etiquetas;
quiérete loca, bailando en tu cocina
a las tres de la madrugada;
quiérete triste,
pues el mejor abrazo será el tuyo;
quiérete, porque a pesar de creer que no tienes motivos,
yo te digo que estás llena de ellos.
Quiérete sin límites,
llega a casa y túmbate en el sofá con una peli mala de fondo
y quéjate de lo cansada que estás de quererte.
Quiere tus miedos,
pues los monstruos también añoran tus caricias.
Quiérete valiente,
hazlo kamikaze,
tírate de cabeza a tu amor de porcelana
porque, aunque te vean frágil,
tú jamás te romperás el corazón.
Quiérete hasta que tus amigos te digan:
«Desde que te quieres tanto
ya no eres la misma, tía».
Quiérete porque el mundo necesita que lo hagas,
porque la esperanza está en bailes como los tuyos,
y no importan tus años
ni tu pelo verde revuelto mojado
ni tus uñas mal muy mal pintadas
ni la talla de tus bragas de superhéroes;
todo eso es el segundo plano
de la escena principal,
que eres tú cuando te ríes,
cuando te quieres riendo.
Quiérete, aunque estés rota
porque tus piezas son de acero.
Quiere tus lágrimas,
eres la única capaz de llorar océanos.
Quiere tus defectos
y recuerda que la magia está en las imperfecciones.
Tú en primer lugar,
y este mundo, esta guerra, se va a enterar
de lo que eres capaz
si empiezas por ti cada batalla.
Créeme.

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